Tirada en la butaca del salón, me puse al gato cuan largo era en mi vientre y mi pecho, como tantas otras veces.
Y como tantas otras veces, Monstruita decidió hacer acto de presencia, y se movió.
Sin embargo, por primera vez, ambos coincidieron.
Monstruita, con una inocencia intacta, y con el desconocimiento absoluto de todo aquello externo a su bolsa amniótica y mi útero, continuó un poco más, presentándose ante aquella presión que seguramente notaba.
El gato, sin embargo, ya lleva casi tres añitos felinos de vida. Ya tiene ciertas costumbres, ya espera que las cosas sucedan de un modo determinado, y algunos conocimientos de su limitado mundo casero le incitan a esperar de cierta manera.
Así que, cuando notó revoluciones inesperadas en esa tripa que creía conocer tan bien, sus orejas se aplastaron contra su cráneo, sus ojos se abrieron, sus pupilas se dilataron, y su rabo comenzó un baile inquieto de un lado a otro.
Monstruita disminuyó su danza, pero no la paró. El gato se levantó y se quedó sobre mis rodillas, mirando atentamente ese vientre de repente extraño, sus orejas dirigidas hacia él, intentando dilucidar con su cerebro animal qué pasaba allí.
Finalmente, se fue. Aún no sabe qué pasa, qué le espera, y nosotros tampoco sabemos cómo nos afectarán tantos cambios.
Sin embargo, sé que será distinto, que será algo para vivir de manera única, y será increíble.