Una se pasa la vida aprendiendo a confiar.
De pequeña, confías en tus padres, en tus maestros, incluso aprendes a confiar en el médico. Según vas creciendo, aprendes a confiar en los amigos, en el novio (sí, el capullo aquel que luego se fue con tu mejor amiga, en la que confiabas a ciegas), en el jefe, en el político al que votas, en el presidente de la comunidad de vecinos, e incluso en el camarero (sí, a pesar de todas las historias truculentas que circulan sobre lo que pasa si tratas mal a un camarero).
Aprendes que existen confianzas que funcionan y confianzas que más vale que no las hubieras conocido. Pero continúas prestando confianzas porque encerrarse en una misma no sirve para nada y, además, es un rollo de vida.
Pero entonces te haces madre. Es decir, tienes a una personita que depende totalmente de ti y con las que no puedes utilizar los medios habituales para comunicarte: lo primero es el contacto, los abrazos, el significado de las palabras pasa a un segundo plano, y te toca aprender a interpretar y leer entre líneas. Esto no sería problema porque dicen que la mayoría de las mujeres somos expertas en eso pero... es un bebé y no tienes mucha práctica con este tipo de persona.
Y aquí, amiga, es donde te toca confiar de verdad porque si has confiado en políticos, camareros o el novio que te dejó por tu mejor amiga, ¿cómo no vas a confiar en tu propio hijo o en tu propia hija? Todo tu entorno te bombardea con mensajes para que no lo hagas, principalmente si eres primeriza: "no sabes", "así no", "necesita esto, que no te enteras", "de toda la vida se ha hecho así y no así", "te está manipulando", "así lo malcrías".
Te tambaleas pero eres la madre, tienes el poder y, por enésima vez en tu vida decides probar eso de la confianza otra vez pero, esta vez, con tu bebé.
Te tambaleas pero eres la madre, tienes el poder y, por enésima vez en tu vida decides probar eso de la confianza otra vez pero, esta vez, con tu bebé.
Confianza en tus conocimientos sobre tu bebé
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Imagen CC de *Nom&Malc |
Eres la mayor experta en tu hijo o en tu hija. Obviamente, en caso de enfermedad le corresponde al /a la pediatra comprobar qué pasa. Pero si no, tú sabes mejor que nadie si tiene frío, calor, si tiene sueño, si quiere más fiesta o quiere descansar, si tiene hambre o simplemente le apetecen mimos.
Así que a pesar de que los consejos bienintencionados te lluevan, hazte caso y fíate de ti, tú sabes qué necesita tu bebé en ese momento.
Confianza en que el bebé sabe cuánto y cuándo comer
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Hay quien no se fía nunca y se busca las mañas para pesar a la criatura. Imagen CC Trust for Africas Orphans |
Con la alimentación complementaria pasa lo mismo: unos días comerá más que tú y otros no comerá prácticamente nada. Paciencia, y confianza que todo pasa. O, por lo menos, es lo que yo me repito como un mantra y al final, tengo razón.
Otras veces, simplemente, al bebé no le interesa el horario de comidas que sueles seguir. A veces pasa, pero suele ser temporal, al menos en mi caso.
Confianza en que puedes hacerlo
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Este gato realmente no tiene ninguna confianza en poder domesticar a la bebé. Yo tampoco la tendría. Imagen CC de Andy Carvin |
No obstante continúan existiendo momentos en los que parece que la situación te supera. Son normales y, como todas sabemos, lo pasaremos sí o sí. Así que mejor si intentamos que sea del mejor talante posible, ganaremos todos (y como dice un refrán español, el que se pica, ajos come).
Confianza en que el bebé puede hacerlo
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Mozart seguro que empezó así, aún con el miedo de los padres a que se cargara el piano. Imagen CC de Nate |
Quizá incluso no lo consiga en ese instante, pero sí en unos días. Así que deja que se pringue con la cuchara cuando coma yogur, o que intenté por sí mismo trepar a unos columpios que parecen demasiado grandes para él/ella. Todos necesitamos práctica hasta conseguir aprender lo que nos proponemos y ellos no son menos.
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Se me pasan por alto unas cuantas "confianzas" más, estoy segura. Pero esta aptitud es una de las que más me ha costado al convertirme en madre y aún me cuesta mantener.